Sobre Libelli

¿Quiénes somos? ¿Qué hacemos?

Vimos la luz en 1976, gracias a la visión de J. G, uno de los amantes del libro más grandes de esta industria, tanto, que desde su condición de maestro ha dedicado toda su vida, y la de su familia, a fundar Libelli, al mismo tiempo biblioteca privada, en la medida en que procura leer lo que vende para poder recomendarlo a quienes a él acuden en busca de una lectura adecuada.

 

¿Cómo cumplimos lo que somos y lo que hacemos?

Con nuestra MISIÓN: «Comprometidos en construir ambientes propicios para la cultura del libro como herramienta intelectual» 

 

¿Hacia dónde queremos ir?

Nuestra VISIÓN nos orienta: «Ser la librería con las mejores y variadas opciones».

 

¿Qué practicamos?

Nuestros valores:

Pasión: Nos fascina lo que hacemos.

Respeto: Respetamos las diferentes ideologías, creencias, culturas, tradiciones, a nuestros proveedores, colaboradores y a nuestro entorno.

Compromiso: Satisfacemos plenamente las expectativas de nuestros clientes, accionistas, proveedores y colaboradores.

Honestidad: Actuamos siempre con la verdad.

Trabajo: Trabajamos incansablemente para lograr la satisfacción del cliente y de nuestra visión.

Responsabilidad: Si tiene que ser, depende completamente de ti.

 

¿En qué creemos y que nos mueve?

En el poder transformador del libro.

«Lo más increíble hoy es el espectáculo de una persona que corre a refugiarse a la sombra de una cabaña con su libro.  Abrir una novela por cualquier página, dejarse hipnotizar por el misterio de los caracteres ».

Que la vida es un texto abierto que solamente hemos de tomar y leer, aunque esté escrito en caracteres matemáticos, poéticos, literarios, explicativos o científicos. En todo caso, el libro mejora al hombre, aunque no pueda sustituirlo nunca.

Una de las formas más fantásticamente privilegiadas a la hora de la humana comunicación, constitúyela el libro: nadie podría dudarlo.  De muchas incomunicaciones profundas ¿quién te ha librado? El libro, el libro y su lectura libre, es decir, los libros, el juego de ideas que es como el río que no cesa. De él emergen todas la voces, todas las palabras, todos los mensajes. ¡Monumento al libro, en el lugar que antes estuvieran las alambradas del Muro de Berlín!. Tan excelente el libro, que no cabe preferir los medios de masa a una masa de libros. Cuando un libro se quema, algo suyo se quema, algo de su ecología humana queda dañado en lo profundo. ¿ Y cuando llegue el día del último viaje, el momento de convertirse al fin en hombre-libro porque ya los libros no interesen a los hombres?. Bueno, quizá entonces encarnemos en nosotros la historia de la humanidad. Así pues, el  libro debería ser, y a pesar de todo es, el mejor comunicador, porque no sustituye al ser humano, sino que como lectores nos permite un dialoguillo tranquilo y un soliloquio profundo y bien temperado con las páginas del autor, dando a través de ellas entrada a eventuales diálogos con los ángeles y con los demonios, con las flores y con las cloacas, con todo lo pensable, posible e imaginable, y hasta con todo lo impensable, imposible e inimaginable. 

Para una buena ecología, compañero, ponga un libro en su mesita de noche, y silenciosamente apague, a ser posible, el ruidoso televisor lo antes posible.  No hay ecología sin librería, ni cuerpo sano que no lo fuera en mente leída.

Nada de eso, sin embargo, impide que el gozo vaya acompañado de sufrimiento, como enseña Gabriel Zaid, con un tono de melancolía y otro poco de escepticismo, que a él no le impide publicar mucho: «La gente que quisiera ser culta va con temor a las librerías, se marea ante la inmensidad de todo lo que no ha leído, compra algo que le han dicho que es bueno, hace el intento de leerlo, sin éxito, y cuando tiene ya media docena de libros sin leer, se siente tan mal que no se atreve a comprar otros.  En cambio, la gente verdaderamente culta es capaz de tener en su casa miles de libros que no ha leído, sin perder el aplomo ni dejar de seguir comprando más.  “Toda biblioteca personal es un proyecto de lectura”, dice un aforismo de José Gaos.  La observación es tan exacta que, para ser también irónica, requiere la complicidad del lector bajo una especie de imperativo moral que todos más o menos acatamos: un libro no leído es un proyecto no cumplido.  Tener a la vista libros no leídos es como girar cheques sin fondos: un fraude a las visitas. Aunque como dijo Gracián, “Es mucho el saber y poco el vivir”.  Pero, de nuevo, el aforismo opera poéticamente, más allá de su verdad cuantitativa, con ese dejo melancólico, porque remueve los sentimientos de culpa que nos da nuestra finitud frente a las tareas infinitas que exige el Imperio Categórico. Sí, hay algo profundamente melancólico en ir a una biblioteca o librería llena de libros que no leeremos jamás. Algo que trae a la memoria aquellos versos de Borges: “ Hay un espejo que me ha visto por última vez. /Hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo. /Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos) / Hay alguno que ya nunca abriré/”. ¿Y para qué leer? Después de leer cien, mil libros en la vida, ¿qué se ha leído? Nada. Decir: yo sólo sé que no he leído nada, después de leer miles de libros, no es un acto de fingida modestia: es rigurosamente exacto, hasta la primera decimal de cero por ciento. Pero ¿que no es quizás eso, exactamente, socráticamente, lo que los muchos libros deberían enseñarnos? Ser ignorantes a sabiendas, con plena aceptación. Dejar de ser simplemente ignorantes, para llegar a ser ignorantes inteligentes. Porque la medida de la lectura no debe ser el número de libros leídos, sino el estado en el que nos dejan. ¿Qué demonios importa si uno es culto, está al día, o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer.  Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales».

Tomado y adaptado de Apología del Libro. Carlos Díaz. Colección persona. Fundación Emmanuel Mounier.

 

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