Josu Landa utiliza la técnica de la fábula y le da la vuelta para hacer lo contrario que dicho tipo de texto requiere, es decir, deja de lado lo edificante y didáctico. Una anafábula no es moralizante, ni pretende serlo, muy al contrario, utiliza un humor tóxico para convertirse en una ironía descarnada y venenosa, pero sutil al mismo tiempo.