Como parte de nuestra realidad nacional, la poca participación ciudadana en su entorno, su apatía, así como su resistencia a integrarse en programas de desarrollo comunitario, requieren un tipo de intervención que permita evaluar y diagnosticar a la comunidad para plantear metas viables para su crecimiento, desarrollo y participación comunitaria.
Así fue como apareció la primera demanda, en 1970, que dio origen a lo que ahora conocemos como Psicocomunidad. En ese año se le solicitó al Colegio de Psicología de la Universidad Autónoma de México, la realización de un estudio de la naciente Ciudad Nezahualcóyotl. Se trataba de averiguar cuál era la fantasía que tenían los colonos que los hacía arraigarse o permanecer en el lugar, a pesar de que carecía de todos o casi todos los servicios y prevalecía un ambiente de psicopatología social adverso (alcoholismo, farmacodependencia, delincuencia, etc.).
En esta historia de la aplicación de la metodología de Psicocomunidad, el Dr. José Carlos Aguado, quien participó desde la incipiente intervención en Ciudad Nezahualcóyotl, como médico antropólogo y psicoanalista, sigue aplicando este modelo de diagnóstico e intervención y sin duda alguna lo ha enriquecido con importantes aportes que enfatizan el tema de la identidad, el cuerpo, y la imagen corporal (Aguado Vázquez, Portal, 1992), como lo podrán constatar en este libro.
La demanda concreta por parte de la Casa Mesones del Centro Histórico de la Ciudad de México, que se me hizo como psicoanalista y miembro del Círculo Psicoanalítico Mexicano, en el año 2010, fue una excelente oportunidad para proponerle al Dr. Tose Carlos Aguado, gran y viejo amigó mío, que aplicáramos esta metodología y así iniciarme como aprendiz de brujo en este espacio en cuyo proceso realicé la función corro observadora silenciosa.
