Esta novela de Mario González Suárez es un libro de fronteras. La acción se desarrolla en el último borde de la ciudad, donde lo que sigue es el llano, el bosque raquítico, el arranque de la autopista, la zona fabril. Más allá de la frontera cartográfica, los linderos se multiplican. Los protagonistas se mueven también en otros filos: una familia que oscila entre el aguante frugal en la legalidad y los intentos sostenidos de dar un golpe criminal que los libre de una vez de la pobreza; pero al mismo tiempo, y aquí el libro se vuelve único, también habitan en las fronteras en que lo cotidiano se infecta y colinda con lo fantástico de manera ambigua, dudosa. En De la infancia brillan los dones de Mario González Suárez: es uno de los pocos escritores que libro a libro está escribiendo un México verdadero. Un México que al leerse duele porque, aunque parece inmediato, al mismo tiempo es indudable que ya se ha perdido, hace muy poco sí, pero de manera irremisible. González Suárez escribe –y en esto se separa de la mayoría de los narradores– no desde el realismo periodístico que abandona por urgencia las posibilidades de la literatura, sino desde un lugar profundamente literario, donde las tradiciones y los géneros se tocan, se exploran, se fecundan y muestran que la ficción es uno de los nombres de lo necesario.