Para Zola, el amor en el siglo XVII es "un gran señor empenechado [...] que entra en los salones precedido por una música solemne"; en el XVIII, "un granuja desaliñado 1...] que desayuna con una rubia, cena con una morena y trata a las mujeres como diosas generosas"; y en el XIX, "un joven formal, correcto como notario, que tiene rentas del Estado...".