Niccoló Paganini fue un violinista tan virtuoso que toda su vida tuvo que despejar los rumores que afirmaban que había vendido su alma al diablo. Pactos y conjuros al margen, lo cierto es que el secreto de su maestría estaba en su ADN. Y no, no hablamos de talento, que lo tenía, ni espíritu de sacrificio, que también. El genovés padecía un trastorno genético que lo había dotado de unos dedos monstruosamente flexibles, el conocido como pulgar del violinista.