El retrato de Dorian Gray (1891), encuadrada en lo que se dio en llamar movimiento decadente o simbolista de la mitad del siglo XIX, reivindicaba un credo estilístico puro y absoluto, una primacía de lo artístico sobre lo objetivo. Dorian Gray, un joven hermoso como un atleta griego, se dedica a apurar el cáliz de todos los placeres, mientras su retrato es el que envejece y recibe en su imagen las huellas de la depravación.