Si hay algo en torno a lo cual gira La filosofía en el tocador, aparte de la producción de una máquina libertina de placer, eso sería la religión; o, mejor dicho, el socavamiento de ésta desde un ateísmo que no teme a sus últimas consecuencias. Esto ubica a Sade dentro de una línea moderna, junto a Voltaire o Nietzsche, Freud o Marx, que ha hecho de la crítica al cristianismo uno de los campos de batalla decisivos para una nueva experiencia del mundo. Así, La filosofía en el tocador es mucho más que un clásico de la literatura erótica que sigue asombrando en el siglo XXI por su desparpajo. La religión, a ojos de Sade, no sólo constituye un falseamiento de la realidad y una vana ilusión, sino también el peor enemigo del placer sexual y de la libertad política de los hombres. Para el “divino marqués” el goce existe dando dolor… y recibiéndolo. La negación sensible del otro, que para el libertino no tiene más valor que el de un objeto de placer, alcanza su paroxismo en el crimen. Corresponde a Sade, en consecuencia, en la historia del pensamiento, develar por primera vez los aspectos destructivos del amor sexual.