En Buenos Aires, pero también en Cracovia o en Londres, en la Rusia helada, una legión secreta y firme de concurrentes alista sus prendas, se mira fugazmente en el espejo y parte hacia el baile. Es un elenco variado que hasta la madrugada hace punta en salones paquetes o de los otros, con un decorado de años o de modernidad lisa. En la pista se cruzan el virtuosismo y el esfuerzo, las jóvenes y los maduros, el traje oscuro y a rayas, el vestido con tajo y los jeans. Y al margen de todas las diferencias, los cuerpos trazan su propia deriva y reviven el tango. Milongas es la crónica de esta pasión renacida, pero también de su pasado. No hay baile sin memoria, y por eso cada finta trae al presente, aun sin quererlo, los pasos de Ricardo Rojas en París en 1908, la mítica estampa de Vicente Madero (el bailarín ´insuperable´), las leyendas repetidas y nunca confirmadas, las grandes orquestas de los cuarenta y los cincuenta que sobreviven intactas en los discos que manipulan los DJ.