La grandeza de Horacio no radica en esta o aquella parte de su varia producción. Hay que buscarla allá donde salta la poesía: en la transparencia musical de un hecho que cobra vida en el momento en que se convierte en realidad poética, allá donde el poeta, manipulando motivos comunes, produce la impresión de cosas jamás vistas ni pensadas y hace revivir y amar y admirar las fábulas antañosas, las ráfagas luminosas del sentido común, la sorpresa de lo que es cotidiano y por eso pasa inadvertido. Ningún otro escritor se lee como él, con una satisfacción rebosante de agradecimiento por un arte que jamás fatiga, porque jamás sacia ni desencanta. Un arte que ha sabido llevar, vivas e intactas, a infinidad de generaciones de lectores las imágenes de su propio tiempo. Vivas e intactas siempre, porque son sencillas imágenes poéticas y no fantasmas de una religión ya superada o de un destino que tuvo cumplimiento.
