En el «primer mundo» ser lento es sinónimo de ser torpe o ineficaz. Se impone la rapidez, todo debe estar listo «al momento». Nuestras ciudades son una vorágine de sujetos corriendo desesperadamente de un lugar para otro. Frente a una cultura infectada por el virus de la prisa desenvolverse con lentitud no debe asociarse a pensar o vivir con desidia. Lo importante es hacer buen uso de esa lentitud, actuar con talento. He ahí la sabiduría de la tortuga: sin prisa pero sin pausa.